Según la definición de Wikipedia, el síndrome de Burnout también llamado “síndrome de desgaste profesional”, se trata de “una respuesta prolongada de estrés en el organismo ante los factores estresantes emocionales e interpersonales que se presentan en el trabajo, que incluye fatiga crónica, ineficacia y negación de lo ocurrido”.

 Su incidencia es mayor en aquellos trabajos que forman parte de las redes de apoyo o ayuda (médicos, enfermeros, profesores, etc.)

Nos puede resultar confuso el identificarlo ya que sus síntomas son similares a los de otras enfermedades, entre ellos destacamos: Cansancio, dolores musculares, malestares gástricos, insomnio, cefaleas, ansiedad, llanto fácil, apatía, evitación de las situaciones estresantes, desmotivación, frustración, irritación…

Su manifestación no es igual en todas las personas, aunque si sucede que ante los primeros síntomas sino son tratados, se produce una escalada hacía otro, que de una forma progresiva se van retroalimentan entre si, causando un malestar extremo de agotamiento en quién lo padece.

Los recursos emocionales con los que los profesionales o personas contemos para gestionar las situaciones nos previenen, de que a la larga nos impliquemos más de lo debido y acabemos “quemados”.

No podemos cambiar a nadie o el desenlace de su historia, es nuestra la responsabilidad el saber exponernos a situaciones que no solucionamos nada al vivirlas con sentimientos de impotencia, injusticia, fatalidad….

Todos, todos somos humanos y el reconocer nuestras posibilidades ante estos eventos y aportar nuestra colaboración y profesionalidad con reconocimiento de hasta donde podemos dar, nos evita una sobre implicación que nos agote a la larga.

La intervención psicológica se dirige a fortalecer la aceptación y la compasión que nos permitan ponernos objetivos reales y posibles con la capacidad suficiente de dirigirnos hacía ellos.

Es muy importante sentir que tenemos control sobre lo que estamos haciendo y que somos los que decidimos como gestionar emocionalmente el rol que representamos en situaciones tensas o extremas sin necesidad de justificación externa.

El saber autorregularnos adecuadamente (emocionalmente y conductualmente) ante toda situación es el punto necesario para salir bien con nosotros del ejercicio de la misma.

Manteniendo nuestra autoestima alta sentiremos más sensación de autoeficacia personal y la percepción de control. La asertividad nos facilita el  poder expresar sentimientos, deseos y necesidades de forma libre y dirigida al logro de los objetivos de la persona respetando los puntos de vista del otro.

 El entrenamiento en habilidades sociales nos da la enseñanza de conductas que tienen mayor probabilidad de lograr éxito a la hora de conseguir una meta personal y a conducirse con seguridad en situaciones sociales se utiliza el role-playing.

Cambiando el tipo de pensamientos que nos predisponen negativamente nos favorece , es necesario incidir en la técnicas de afrontamiento del estrés y el ensayo conductual ante las situaciones negativas, son otros de los objetivos terapéuticos a trabajar.

Con ello lograremos que nuestra resiliencia sea mayor y gestionemos de una forma emocionalmente saludable lo que antes  nos enfermaba.

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